Traducción del artículo publicado por en
TÁR: Una sinfonía sin alma
No suelo escribir críticas de cine. Pero TÁR me dejó profundamente frustrado—no porque me desafiara, sino porque dejó vacío algo que me importa. Se trata de una película alabada como un arte elevado, como algo profundo e intelectual. Pero bajo la superficie, es emocionalmente estéril y espiritualmente corrosiva.
Alerta de spoiler: Esta crítica contiene información detallada sobre la trama y el final de la película.
Pablo's Translations es una publicación financiada por los lectores.
Para recibir nuevos posts y apoyar mi trabajo, considera hacerte suscriptor de pago.
La trama sigue a Lydia Tár, una directora de orquesta y compositora de fama mundial en la cima de su carrera, que se prepara para grabar la Quinta Sinfonía de Mahler con la Filarmónica de Berlín.
Es inteligente, elocuente y se hace respetar. Al principio, incluso hace una firme defensa de la grandeza artística, enfrentándose a un estudiante de Juilliard que se niega a tocar Bach por razones de «identidad». En ese momento, habla en nombre de la música. Habla en nombre de los estándares. Habla, al parecer, de lo que debe ser el arte.
Pero entonces la máscara empieza a caerse.
Nos enteramos de que Lydia Tár es vengativa, mezquina y cruel. Bloquea la carrera de un joven director de orquesta por despecho personal. Se niega a ascender a su leal ayudante para conservar su poder. Pone música a todo volumen para sabotear la venta del apartamento de un vecino. Amenaza a una niña—literalmente, amenaza con matarla, con un aterrador acento alemán. Cae en una espiral. Al final, no sólo es una persona con defectos—es tóxica.
Y este es el colmo: supuestamente es alumna de Leonard Bernstein.
Ese detalle por sí solo rompe algo en la película. Bernstein era conocido por su calidez, carisma y profundidad—un hombre que amaba la música y la humanidad. ¿Cómo pudo haber formado a alguien así? El contraste es chocante. Lydia Tár es todo control, nada de alma. Todo miedo, nada de reverencia. Un personaje que encarna todo lo que está mal en la forma en que nuestra cultura ve ahora el poder, el arte y la excelencia.
Y sí—si alguien en la vida real se comporta así, sin duda debería perder su puesto. Moralmente hablando, las consecuencias importan. Pero ese no es el problema.
El problema es que TÁR se niega a separar a la persona del arte. No permite la posibilidad de que la Quinta de Mahler siga significando algo aunque la directora de orquesta sea monstruosa. Colapsa la distinción entre juzgar a alguien como figura pública y juzgar la obra que produce. Del mismo modo que el estudiante de Juilliard quiere anular a Bach, la película nos pide que hagamos lo mismo con Lydia Tár.
Podemos pedir cuentas a la gente. Pero cuando se trata de arte, juzgamos la obra. Ese es el límite que la película anula—y al hacerlo, se une a las mismas fuerzas del nihilismo cultural que brevemente parece criticar.
Y todo esto tiene lugar en un mundo presentado como sin alegría, estéril y sin vida. Berlín, en esta película, es fría y gris. Las instituciones están vacías. La gente está desconectada. Ni siquiera las visiones fantasmales y las extrañas escenas secundarias—como un vecino moribundo o un misterioso ruido sordo en la noche—añaden profundidad. Refuerzan la desolación.
Para ser claros, TÁR no es una película mal hecha. Está bien hecha y bellamente rodada. La interpretación de Cate Blanchett destaca por su control y realismo. Cada escena parece creíble, incluso envolvente. Por eso, en parte, la experiencia es tan perturbadora. La película hace su trabajo tan bien, técnicamente, que su vacío moral y filosófico golpea aún más fuerte.
Lo más doloroso es cómo la película finge tratar sobre la Quinta de Mahler. Va preparando la llegada de ese momento, lo insinúa constantemente. Y al final, ¿qué obtenemos? Un único gesto vacío: las notas de trompeta iniciales del primer movimiento—la marcha fúnebre. Ahí termina su historia. Escucha el comienzo de la música y se quiebra violentamente, atacando al clon anodino y sin alma de director de orquesta que la ha sustituido. El impostor que le robó la partitura. El que ahora dirige la sinfonía completa.
Él consigue el triunfo. Suyo es el adagietto. Él consigue la victoria final. Ella consigue el funeral.
La película trata de edificar hacia la trascendencia de la Quinta de Mahler, pero termina en colapso, como una mala imitación de la Sexta. Excepto que la Sexta es profunda, trágica y sublime. TÁR no lo es. Es simplemente sombría. No hay lucha, ni heroísmo, ni significado—sólo derrota.
Y entonces ella lo pierde todo. Su trabajo. Su orquesta. Su familia. Su hijo. Su casa. Su música. Se ve exiliada—cultural y geográficamente—reducida a dirigir la partitura de un videojuego en Filipinas para un público de cosplayers. La gran defensora de Mahler acaba rodeada de espadas de plástico y cascos de fantasía.
Justicia, dice la película. El sistema funciona. El mensaje es claro: la cultura de la cancelación no sólo es eficaz—es correcta. La caída es completa. ¿Y el arte? Olvidado.
TÁR no es una película sobre música. Es una película sobre la inutilidad de la música. Utiliza el arte como telón de fondo para su cinismo y nihilismo. Despoja la belleza, la trascendencia y el significado de la grandeza, sólo para decir: nada de eso importa. Lo que importa es que la mujer era imperfecta. Así que debe caer.
Además, la experiencia es agotadora—no sólo emocionalmente, sino físicamente. Con más de dos horas y media de duración, la película nos pide que aguantemos esta espiral fría y sin alegría durante demasiado tiempo. No ofrece ningún arco de redención, ningún atisbo de gracia, ni siquiera un planteamiento filosófico que justifique su crudeza.
La oscuridad de esta película no es trágica—es nihilista. No revela la condición humana, sino que se regodea en ella. Nos quedamos viendo cómo una mala persona se desmorona, sin nada que aprender excepto que la grandeza es una ilusión y que el mundo está vacío. Si ese es el mensaje, ¿qué celebramos exactamente? ¿Por qué perdemos el tiempo viendo esto?
Esta película no sólo malinterpreta a Mahler. No entiende por qué necesitamos a Mahler. Por qué necesitamos el arte. Por qué necesitamos elevar el espíritu humano.
TÁR es un bien elaborado insulto a la música, a la grandeza, al alma humana. Pretende explorar la trascendencia, pero sólo ofrece decadencia.
No la veas. No porque sea aburrida; no lo es.
No la veas porque es dañina para el alma. Si amas la música, si crees en la posibilidad de la grandeza, si buscas en el arte un significado, esta película no te ofrecerá ninguno. Sólo te quita.
Para mí, es un 3/10.
No porque esté mal hecha, sino porque sabe lo que es la grandeza y decide escupir sobre ella.
Deja tus comentarios en el original en inglés de este artículo en Philosophy: I Need It, de mi amigo
…y procura suscribirte a su boletín repleto de escritos profundos e inspiradores como este:Apoya mi trabajo
Muestra tu apoyo compartiendo Pablo’s Translations y gana recompensas por tus referencias.
Amplía tu suscripción
Al convertirte en suscriptor de pago, haces posible que pueda dedicar más tiempo a traducir en esta plataforma. Si quieres apoyar mi trabajo de forma más contundente, puedes hacerte Patrocinador. Los Patrocinadores también tienen derecho a escuchar mis traducciones leídas en voz alta por mí.
Contribuye
Si no estás listo para comprometerte con una suscripción de pago, pero sientes unas ganas incontrolables de mostrar que valoras mi trabajo, invítame un café:
y si te encantaría poder invitarme un café, pero estás en Bolivia,
visita mi página de «combustible».