Traducción del artículo de publicado en The Objective Standard
Este es el problema con la filosofía de Ayn Rand
Se han escrito muchos artículos sobre los problemas que presenta la filosofía de Ayn Rand, pero ninguno de ellos aborda sus ideas con precisión—hasta ahora.
Se han escrito muchos artículos sobre los problemas que presenta la filosofía de Ayn Rand. Pero, que yo sepa, ninguno de ellos aborda sus ideas con precisión. Así que pensé que sería útil escribir uno que lo hiciera.
He aquí lo que no cuadra de las ideas de Rand:
Rand sostenía que «la existencia existe», que la realidad es real, que hay un mundo ahí fuera y que somos conscientes de él. Ella sostenía que todo lo que existe es algo específico; que todo tiene una naturaleza; que una cosa es lo que es. (Una serpiente es una serpiente. Una mujer es una mujer. Una estatua de sal es una estatua de sal). Sostenía que una cosa sólo puede actuar de acuerdo con su naturaleza. (Una serpiente puede reptar, pero no puede hablar. Una mujer puede hablar pero no puede convertirse en una estatua de sal). Rand también sostenía que sólo hay una realidad: la que percibimos, la que experimentamos, aquella en la que vivimos.1
¿Por dónde empezar con todos los problemas de ese único párrafo?
Para empezar, la idea de que «la existencia existe» excluye la idea de que la existencia no existe. Niega la visión subjetivista, pragmatista y posmodernista de que la realidad es una ilusión, una construcción mental, una convención social. Obviamente, la gente que insiste en que la realidad no es real no va a aceptar una filosofía que diga que es real.
Así que ese es un gran problema que tiene la filosofía de Rand.
Ahora consideremos su postura de que sólo existe una realidad. Esto excluye la noción de que exista una segunda realidad; excluye la idea de un reino «sobrenatural», el reino de «Dios». Del mismo modo, su postura de que todo tiene una naturaleza específica, de que una cosa es lo que es, excluye la posibilidad de que algunas cosas no sean lo que son. Por ejemplo, excluye la posibilidad de que una persona muerta pueda estar viva (vida después de la muerte), la posibilidad de que el vino pueda ser sangre o de que el pan pueda ser carne (transubstanciación), y la posibilidad de que la Tierra llegara a existir cientos de miles de años después de que los primeros Homo sapiens vagaran por ella. Del mismo modo, la idea de que las cosas sólo pueden actuar de acuerdo con su naturaleza excluye la posibilidad de los milagros—por lo tanto: no hay Inmaculada Concepción, ni nacimiento virginal (de Jesús), ni vivir dentro de una ballena durante tres días, ni caminar sobre las aguas, ni curación por la fe, etcétera.
Huelga decir que las personas que insisten en la existencia de Dios, de la vida después de la muerte, del creacionismo y de los milagros no aceptarán una filosofía que no deja espacio para tales cosas.
Los problemas con la filosofía de Rand se acumulan rápidamente—y no hemos hecho más que empezar.
Otro problema importante es la postura de Rand de que el hombre adquiere conocimiento por medio de la razón, la facultad que identifica e integra el material que le proporcionan sus sentidos. Según Rand, una persona puede adquirir conocimiento—en la medida en que observa la realidad a través de sus sentidos, integra sus observaciones en conceptos, generalizaciones y principios, comprueba si su pensamiento incurre en contradicciones y verifica la coherencia de sus conclusiones con su red en constante expansión de integraciones basadas en la observación. De hecho, según Rand, los seres humanos han adquirido cantidades ingentes de conocimiento, razón por la cual la ciencia ha avanzado tan lejos y el hombre ha logrado tanto.2
Pues bien, esta postura no caerá bien entre los escépticos, los pragmáticos y los posmodernos que sostienen que el hombre no puede adquirir conocimiento—al menos no conocimiento de la realidad. Dado que los aparatos sensoriales del hombre procesan todos los datos entrantes antes de que lleguen a la consciencia, argumentan estos escépticos, el hombre no es consciente de una realidad externa o de un mundo ahí fuera, sino más bien de modificaciones o distorsiones internas.
«Ningún ser humano ha experimentado jamás un mundo objetivo, ni siquiera un mundo en absoluto», escribe Sam Harris. «Las imágenes, sonidos y pulsaciones que experimentas» son consecuencias de datos procesados—datos que han sido “estructurados, editados o amplificados por el sistema nervioso”. Así, «el mundo que ves y oyes no es más que una modificación de tu consciencia».3
Este punto de vista tan de moda hunde sus raíces en las ideas de Immanuel Kant, quien escribió: «Lo que los objetos pueden ser en sí mismos, y aparte de toda esta receptividad de nuestra sensibilidad [es decir, la percepción], nos resulta completamente desconocido». Una vez que comprendemos esto, dice Kant, «nos damos cuenta de que no sólo las gotas de lluvia son meras apariencias, sino que incluso su forma redonda, es más, incluso el espacio en el que caen, no son nada en sí mismas, sino meras modificaciones» dentro de la consciencia. En principio, dice Kant, el objeto real—el objeto tal como es en realidad—«nos es desconocido».4
De hecho, dice Kant, es un error incluso considerar los «objetos externos» como «cosas-en-sí, que existen independientemente de nosotros y de nuestra sensibilidad, y que por tanto están fuera de nosotros». La verdad, dice, es que los «objetos externos» son «meras apariencias» o «especies de representaciones internas», y las cosas que percibimos «sólo son algo gracias a estas representaciones. Aparte de ellas no son nada».5
Cuando los filósofos o los intelectuales afirman que no podemos conocer la realidad porque nuestros aparatos sensoriales distorsionan los datos antes de que lleguen a la consciencia, pueden sonar profundos o impresionantes (al menos entre ellos). Pero, entonces, llega Ayn Rand, que señala que tales afirmaciones equivalen a la opinión de que «el hombre es ciego, porque tiene ojos—sordo, porque tiene oídos—engañado, porque tiene mente—y las cosas que percibe no existen, porque él las percibe».6
Como cabe imaginar, aclaraciones tan directas, que abundan en las obras de Rand, pueden hacer que los escépticos se sientan tan ignorantes como dicen ser. Así que ése es otro problema que tiene la filosofía de Rand.
Es más, Rand sostiene que la razón es el único medio que tiene el hombre para obtener conocimiento.7 Esto excluye la posibilidad de que la revelación, la fe, los sentimientos o la percepción extrasensorial (PES) sean un medio de conocimiento. Según ella, adoptar ideas no respaldadas por pruebas es errar. Por tanto, Rand considera que todas las formas de misticismo—todas las afirmaciones de que existe un medio de conocimiento no sensorial y no racional—carecen de fundamento, son arbitrarias e ilegítimas.
Esto, por supuesto, no cuadra con los religiosos, subjetivistas, psíquicos u otros que afirman adquirir conocimiento a través de medios no sensoriales y no racionales.
Y luego están los innumerables problemas que plantea la concepción del libre albedrío de Rand.
Rand sostiene que las personas efectivamente poseen libre albedrío—y que reside en una elección fundamental: pensar o no pensar, enfocar la mente o no hacerlo, guiarse por los hechos o por los sentimientos.8 Los problemas con esta idea se manifiestan en varios niveles.
Para empezar, si las personas tienen libre albedrío, no sólo son responsables de sus decisiones, sino también de las consecuencias de las mismas. Si una persona elige pensar de manera habitual y su forma de pensar le lleva a crear una empresa y ganar mucho dinero, la empresa y el dinero son sus logros. Del mismo modo, si una persona se caracteriza por elegir no pensar, y si su no-pensamiento le hace pobre y miserable, entonces su pobreza y su miseria son culpa suya.
Pues bien, los igualitaristas, socialistas, comunistas y similares no van a aceptar eso ni por un minuto. La gente que quiere organizar la sociedad de un modo que ignora o niega la responsabilidad personal no aceptará una filosofía que defiende el principio mismo que da origen a la responsabilidad personal y la hace necesaria.
La concepción del libre albedrío de Rand tampoco encajará con los judíos, cristianos o musulmanes que se toman en serio su religión. Si la gente realmente elige pensar o no pensar, entonces la noción de un «Dios» omnipotente y omnisciente sale por la ventana. Piénsalo: Si la gente es libre de pensar o no pensar, entonces, sean cuales sean los poderes que se le atribuyan a un supuesto Dios, éste no puede saber de antemano qué alternativa va a elegir la gente. Si Dios existiera y supiera de antemano cómo va a elegir la gente, entonces sus «elecciones» estarían predeterminadas—por lo que no serían auténticas elecciones. Del mismo modo, si las personas son libres de pensar o no pensar, entonces Dios no puede hacer que elijan pensar. Tampoco puede hacer que elijan no pensar. Ya ves el problema.
En resumen, la postura de Rand sobre el libre albedrío no deja espacio para la existencia de un Dios omnisciente y todopoderoso. Esto no le gustará a nadie que insista en que tal Dios existe.
Y eso es sólo la punta del iceberg del libre albedrío de Rand. Su postura sobre la voluntad conduce a toda una serie de problemas adicionales. Consideremos algunos más.
Si las personas son capaces de elegir entre pensar o no pensar, también son capaces de elegir todas las acciones que se rigen por esa elección fundamental. Por ejemplo, según Rand, una persona puede elegir ser honesta o deshonesta. Puede negarse a fingir que los hechos son distintos de lo que son—o puede elegir participar en tal fingimiento.9 Es importante destacar que las opiniones de Rand sobre la honestidad y la deshonestidad no se limitan a decir la verdad frente a mentir. Rand sostiene que si una persona sabe que algo es cierto pero finge que no lo sabe, entonces, aunque no mienta al respecto—incluso si mantiene el fingimiento sólo en su propia mente—está siendo deshonesta. Por ejemplo, según Rand, si una persona sabe que un amigo ha actuado injustamente pero finge que no lo sabe, está siendo deshonesta. Y si una persona sabe que le debe una disculpa a alguien pero no se la ofrece, está siendo deshonesta. En estos casos, aunque la persona no haya mentido, está fingiendo que los hechos son distintos de lo que son.
Pues bien, las personas que eligen de vez en cuando fingir que no saben lo que sí saben—y que quieren seguir así—no adoptarán una filosofía que diga que son capaces de dejar de engañarse a sí mismas y moralmente corruptas si no lo hacen. (Por supuesto, podrían fingir que la adoptan, pero ése es otro asunto).
Del mismo modo, desde el punto de vista de Rand, una persona puede elegir pensar por sí misma, o puede recurrir a otros y esperar que piensen por ella. En otras palabras, puede dedicarse al pensamiento independiente o a lo que Rand denominó «segunda-manismo» [o segundonismo].10 (Un ejemplo de pensamiento independiente sería alguien que lee las obras de un filósofo y decide por sí mismo si tienen sentido. Un ejemplo de un segundón sería alguien que recurre a otros para ver qué dicen que debería pensar sobre las ideas del filósofo). La insistencia de Rand en que la gente debe enfrentarse a la realidad y pensar por sí misma como una cuestión de principio inquebrantable es un problema—porque mucha gente tiene miedo de pensar por sí misma. Mucha gente prefiere evitar ese esfuerzo, eludir esa responsabilidad y aceptar pasivamente las ideas de su grupo, de su líder o de su tribu. Esas personas no adoptarán una filosofía que defienda el pensamiento independiente como una virtud fundamental.
Esto nos lleva a la veta madre de los problemas con la filosofía de Ayn Rand—y al meollo de todo el asunto.
Los principios antes mencionados de Rand que llaman a la gente a defender la razón, a ser honestos y a pensar por sí mismos son parte integrante del código moral que ella llamó «egoísmo racional» o «interés propio racional». Este código moral sostiene que la norma objetiva de valor moral es la vida del hombre—es decir, los requisitos de la vida humana dado el tipo de ser humano que es. Desde su punto de vista, dado que los seres humanos son seres racionales—seres cuyo medio básico de supervivencia es el uso de la razón—todo aquello que sostiene y fomenta la vida de un ser racional es bueno (o moral), y todo aquello que daña o destruye la vida de un ser racional es malo (o malvado).11
Además, como Rand ve a los seres humanos como individuos—cada uno con su propio cuerpo, su propia mente, su propia vida—sostiene que la propia vida de cada individuo es legítimamente su propio valor fundamental. Sostiene que cada individuo debe elegir y perseguir sus propios valores favorables a la vida, y que nunca debe renunciar a un valor mayor en aras de un valor menor; nunca debe cometer un sacrificio. Como ella misma dice:
El hombre—todo hombre—es un fin en sí mismo, no un medio para los fines de otros. Debe existir por sí mismo, sin sacrificarse por los demás ni sacrificar a los demás por sí mismo. La búsqueda de su propio interés racional y de su propia felicidad es el propósito moral más elevado de su vida.12
Está claro que un código moral así no encajará con la gente que quiere mantener la noción tradicional de que las personas tienen el deber moral de sacrificarse a sí mismas o sus valores por el bien de los demás (es decir, el altruismo). Tampoco encajará con la gente que cree que tiene el derecho moral de sacrificar a otras personas según le convenga (depredación).
Rand no sólo considera inmorales tanto el autosacrificio como el sacrificio de otros, sino que también considera que el uso inicial de cualquier forma o grado de fuerza física contra los seres humanos es ilegal. En sus palabras, las características esenciales de una sociedad civilizada son que «los hombres se relacionen entre sí, no como víctimas y verdugos, ni como amos y esclavos, sino como comerciantes, mediante el intercambio libre y voluntario en beneficio mutuo»; y que «ningún hombre debería obtener ningún valor de otros recurriendo a la fuerza física, y ningún hombre debería iniciar el uso de la fuerza física contra otros».13
No hace falta decir que la firme defensa de Rand del intercambio voluntario en beneficio mutuo y su oposición moral al uso de la fuerza como medio de obtener valores de la gente no tendrán éxito con las personas o los gobiernos que quieran usar la fuerza para arrancar valores a la gente. Los delincuentes que quieren robar las pertenencias de la gente, cometer fraude, violar a las personas o violar los derechos de otras maneras no adoptarán un código moral que les prohíba hacerlo. Del mismo modo, los gobiernos que quieren obligar a la gente a servir «al bien común» o «a la comunidad» o «a la raza superior» o a algún otro «amo» no reconocerán ni defenderán una moral que les prohíba iniciar la fuerza física contra la gente. Y los empresarios que se aprovechan de las influencias políticas y que quieren que el gobierno controle, regule o paralice por la fuerza a sus competidores tampoco reconocerán ni defenderán un código moral que prohíba tal coerción.
Este problema—la oposición moral de Rand al uso de la fuerza física contra los seres humanos—se encuentra en la base misma de su teoría política, donde sirve de puente entre su código moral y sus posturas políticas. Aquí es donde entra en escena la teoría de los derechos de Rand. En sus propias palabras:
«Los derechos» son un concepto moral—el concepto que proporciona una transición lógica de los principios que guían las acciones de un individuo a los principios que guían su relación con los demás—el concepto que preserva y protege la moralidad individual en un contexto social—el vínculo entre el código moral de un hombre y el código legal de una sociedad, entre la ética y la política. Los derechos individuales son el medio de subordinar la sociedad a la ley moral.14
Para Rand, los derechos individuales son el principio rector de una sociedad civilizada porque considera que los derechos se derivan de la naturaleza del hombre y son requisitos de su vida en un contexto social. Lo explica con más detalle:
Un «derecho» es un principio moral que define y sanciona la libertad de acción de un hombre en un contexto social. Sólo existe un derecho fundamental (todos los demás son sus consecuencias o corolarios): el derecho del hombre a su propia vida. La vida es un proceso de acción autosostenida y autogenerada; el derecho a la vida significa el derecho a emprender una acción autosostenida y autogenerada—lo que significa: la libertad de emprender todas las acciones requeridas por la naturaleza de un ser racional para el apoyo, el fomento, la realización y el disfrute de su propia vida. (Tal es el significado del derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.)15
Según Rand, el único propósito adecuado del gobierno es proteger los derechos individuales prohibiendo la fuerza física en las relaciones sociales—y utilizando la fuerza sólo en represalia y sólo contra aquellos que inician su uso.16
Está claro que nadie que quiera que el gobierno haga más que eso adoptará la filosofía de Rand. Nadie que quiera que el gobierno redistribuya la riqueza por la fuerza, o que prohíba ciertos tipos de expresión, o que prohíba ciertos tipos de sexo consentido entre adultos, o que restrinja la libertad de cualquier otra forma, adoptará una filosofía que exige el reconocimiento y la protección absoluta de los derechos individuales como principio.
Un último problema que merece la pena mencionar sobre Rand y su filosofía es el hecho de que escribía en un inglés sencillo e inteligible y definía sus términos con claridad como algo natural, de modo que cualquiera que quisiera entender sus ideas pudiera hacerlo con relativa facilidad. Con este fin, además de presentar sus ideas en varias obras de no ficción, las dramatizó en fascinantes obras de ficción—como sus novelas El Manantial y La Rebelión de Atlas—permitiendo así que la gente viera sus ideas en la práctica. Pues bien, esto no va a caer bien entre los filósofos o académicos modernos que insisten en que la filosofía debe escribirse en lenguaje académico, jerga técnica o niebla impenetrable. Tampoco será del agrado de quienes consideran que dramatizar o concretar ideas en la ficción de alguna manera las descalifica.
Podríamos seguir. La filosofía de Rand implica muchos problemas adicionales. Pero lo anterior es una indicación concisa de los problemas que causa.
Así que, la próxima vez que surja el tema de qué es lo que no cuadra con las ideas de Ayn Rand, asegúrate de compartir este breve esbozo de los tipos de problemas implicados. Es mejor que la gente aprenda lo que no cuadra con las ideas reales de Rand que perder el tiempo contemplando cómo se derriba hombres de paja.
Traducción del artículo publicado por en The Objective Standard
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Véase Ayn Rand, «Habla John Galt», en Ayn Rand, Para el nuevo intelectual (Nueva York: Signet, 1961), esp. 124-52.
Véase «Para el nuevo intelectual»; Ayn Rand, «Habla John Galt», en Para el nuevo intelectual; y Rand, Introducción a la epistemología objetivista, 2ª ed., editado por Harry Binswanger y Leonard Peikoff (Nueva York: Penguin, 1990).
Sam Harris, El fin de la fe: Religión, terror y el futuro de la razón (Nueva York: W. W. Norton, 2004), 41.
Immanuel Kant, Crítica de la razón pura, traducido por Norman Kemp Smith (Nueva York: St. Martin's, 1965), 82-85.
Kant, Crítica de la razón pura, 346
Rand, «Para el nuevo intelectual», 32.
Ayn Rand, «¿Qué es el capitalismo?» en Capitalismo: El ideal desconocido (Nueva York: Signet, 1967), 16.
Véase Rand, «Habla John Galt», 120-27.
Véase Rand, «Habla John Galt», 129; Leonard Peikoff, Objetivismo: La Filosofía de Ayn Rand (Nueva York: Meridian, 1993), 267.
Véase Rand, «La naturaleza del segundón», en Para el nuevo intelectual, 68-71; véase también Ayn Rand, Diarios de Ayn Rand, editado por David Harriman (Nueva York: Dutton, 1997), esp. 90-91, 293-294, 416.
Véase Ayn Rand, «La ética objetivista», en La virtud del egoísmo (Nueva York: Signet, 1964), esp. 21-28.
Ayn Rand, «Introducción al Objetivismo», en La Voz de la Razón (Nueva York: Meridian, 1989), 4.
Rand, «Introducción al Objetivismo», 4.
Ayn Rand, «Los derechos del hombre», en La virtud del egoísmo, 108-10.
Rand, «Los derechos del hombre», 110.
Ayn Rand, «¿Qué es el capitalismo?», en Capitalismo: El Ideal Desconocido (Nueva York: Signet, 1967), 19.